Señor mío y Dios mío. Tú has venido a sanar corazones heridos y angustiados. A sanar a los enfermos y débiles, a consolar a los humildes y dar refugio a los desprotegidos. Tú, que no tenías donde reclinar la cabeza, permítenos apoyarnos en tu pecho.
Nuestro amor y nuestra vida. Nuestra fuerza y nuestra paz, nuestra salud y toda nuestra esperanza está en ti, Dios nuestro, toda nuestra alegría.
Colócanos en tus heridas. En tu corazón y en el corazón de tu Madre María. Nos entregamos completamente a ti. Con todo nuestro ser. Todo lo que hemos sido y seremos, lo sumergimos en ti.
Te entregamos nuestro cuerpo, mente, alma, espíritu, nuestros planes, seres queridos, pasado, presente y futuro, y todos nuestros bienes materiales. Invocamos tu preciosa Sangre sobre nosotros, y que el agua de tu costado nos limpie de todos los pecados. Pon tu corona de espinas alrededor de nosotros, para protegernos de todos los ataques del maligno, para que con tu fuerza podamos exclamar:
«He aquí la cruz del Señor, huid, enemigos, ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David».
Inclúyenos en tu vida para que demos frutos buenos por la Eternidad. Orando y sirviendo en los tiempos que están por venir, por ti y por nuestros prójimos, hasta aquel Santo momento en que nos veamos.
Cara a cara.
Te amamos, Padre.
Te amamos, Jesús.
Te amamos, Espíritu Santo.
Te amamos, María, Reina de la paz, Reina del mar, Reina del cielo y de la tierra.
Te amamos, Santísima Trinidad, con todos los ángeles, arcángeles y santos por toda la eternidad.
Amén.
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