Vírgen María, Madre del hermoso amor, Madre que nunca has abandonado a ningún niño que busca ayuda, Madre cuyas manos trabajan sin descanso por tus amados hijos, porque están llenas de divino Amor y de infinita Misericordia que se derrama de tu corazón, dirige tu mirada llena de compasión hacia mí.
Observa los nudos que ahogan mi vida. Tú conoces mi aflicción y tristeza. Sabes cuánto me paralizan estos nudos. María, Madre a quien Dios ha confiado la tarea de desatar los nudos de la vida de sus hijos, pongo mi vida en tus manos.
Nadie, ni siquiera el Malvado, puede arrebatarte tu ayuda misericordiosa. En tus manos no hay ningún «nudo» que no puedas desatar. Madre, todapoderosa, por tu Gracia y el poder de tu intercesión ante tu hijo Jesús, mi Redentor, recibe hoy este «nudo»… (nómbralo, si es posible). Para la gloria de Dios, te ruego que lo desates para siempre.
¡Confío en ti! Tú eres la única Consoladora que Dios me ha dado, tú eres la Fortaleza de mis débiles fuerzas, la riqueza de mi miseria, la liberación de todo lo que me impide estar con Cristo. Acepta mi llamado. Cuídame, guíame, protégeme. ¡Tú eres mi refugio seguro!
«María que desata los nudos«, ¡ruega por mí!
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